Mayr (1963, pp. 196-197) analiza el fenómeno de las plantas que forman agallas para alojar insectos en términos tan favorables para mi tesis que puedo citarle textualmente casi sin comentarios:
"¿Por qué ... debería una planta crear un domicilio tan perfecto como la agalla para un insecto que es su enemigo? En realidad, estamos tratando aquí con dos presiones de selección. Por un lado, la selección funciona en una población de insectos de agalla y favorece aquellos cuyos productos químicos inductores de agallas estimulan la producción de agallas, dando la máxima protección a la joven larva. Esto, obviamente, es una cuestión de vida o muerte para el insecto de la agalla, y por tanto constituye una presión de selección muy alta. La presión de selección opuesta por parte de la planta es en la mayoría de los casos bastante pequeña, debido a que tener un par de agallas deprimirá sólo muy ligeramente la viabilidad de la planta hospedadora. El 'compromiso' en este caso es todo en favor del insecto de la agalla. Generalmente se previene una densidad demasiado alta de insectos de la agalla por factores dependientes de la densidad no relacionados con la planta hospedadora."
Mayr está aquí invocando el equivalente al principio de vida/cena para explicar por qué la planta no se defiende contra la importante manipulación por el insecto. Sólo es necesario que añada esto: si Mayr tiene razón en que la agalla es una adaptación para el beneficio del insecto, y no de la planta, sólo puede haber evolucionado a través de la selección natural de los genes en el acervo génico del insecto. Como es lógico, debemos considerar que estos genes tienen expresión fenotípica en el tejido de la planta, en el mismo sentido en que puede decirse que cualquier otro gen del insecto, por ejemplo uno para el color de ojos, tiene expresión fenotípica en el tejido del insecto.
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