viernes, 24 de enero de 2014

Capítulo 1.- Cubos de Necker y Búfalos (7)

El problema con mis cubos de Necker, y con la pintura abstracta de Bonner, es que, como analogías, pueden ser demasiado tímidas y poco ambiciosas. La analogía del Cubo de Necker expresa mi esperanza mínima para este libro. Estoy bastante seguro de que ver la vida en términos de replicadores genéticos preservándose a sí mismos a través de sus fenotipos extendidos es al menos tan satisfactorio como verlo en términos de organismos egoístas maximizando su aptitud inclusiva. En muchos casos, las dos formas de ver la vida serán, de hecho, equivalentes. Como mostraré, la "aptitud inclusiva" se definió de tal manera que tiende a hacer que la sentencia "el individuo maximiza su aptitud inclusiva" equivalga a que "los replicadores genéticos maximizan su supervivencia". Como mínimo, por tanto, el biólogo debería probar ambas formas de pensar, y elegir la que prefiera. Pero dije que era una esperanza mínima. Discutiré fenómenos, como por ejemplo el "impulso meiótico", cuya explicación está escrita lúcidamente en la segunda cara del cubo, pero que no tiene sentido en absoluto si mantenemos nuestra mirada mental  firmemente fija en la otra cara, la del organismo egoísta. Pasar de mi esperanza mínima a mi sueño más salvaje sería que zonas enteras de la biología, el estudio de la comunicación animal, los artefactos de origen animal, el parasitismo y la simbiosis, la ecología de comunidades, y de hecho todas las interacciones entre y dentro de los organismos, con el tiempo se iluminen en nuevas formas por la doctrina del fenotipo extendido. Como hacen los abogados, voy a tratar de fortalecer el caso lo más que pueda, y esto significa aspirar a las esperanzas más salvajes, más que conformarme con las expectativas mínimas más cautelosas.
 
Si al final estas grandiosas esperanzas se materializan, tal vez se me perdone una analogía menos modesta que el Cubo de Necker. Colin Turnbull ( 1961 ) sacó del bosque a un amigo pigmeo, Kenge, por primera vez en su vida, se subieron a una montaña juntos y miraron hacia las llanuras. Kenge vio algunos búfalos "allá abajo a lo lejos, pastando perezosamente a varios kilómetros de distancia. Se volvió hacia mí y me preguntó: "¿Qué insectos son esos?" ... Al principio casi no le entendí. Entonces me di cuenta de que la visión del bosque es tan limitada que no hay una gran necesidad de hacer una asignación automática de la distancia para juzgar el tamaño. Aquí fuera, en las llanuras, Kenge miraba por primera vez millas aparentemente interminables de praderas desconocidas, sin un árbol digno de ese nombre que le diera alguna base de comparación ... Cuando le dije a Kenge que los insectos eran búfalos, se rió a carcajadas y me dijo que no diga mentiras tan estúpidas ... "(pp. 227-228).

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