A
menudo se me ha sugerido que una objeción fatal para un seleccionismo del replicador
es la existencia de entrecruzamiento intra-cistrón. Si
los cromosomas fueran como collares de cuentas, el argumento funcionaría; con
el entrecruzamiento siempre rompiendo el collar entre las cuentas y no dentro de
ellas, podrías esperar definir replicadores discretos en
la población, conteniendo un número entero de cistrones. Pero puesto que el cruce puede ocurrir en cualquier parte (Watson 1976), no
sólo entre las cuentas, toda esperanza de definir unidades discretas
desaparece.
Esta crítica subestima la elasticidad que se le permite al concepto de replicador para el propósito por el que fue acuñado. Como
acabo de mostrar, no estamos buscando unidades específicas, sino
trozos de cromosoma de longitud indeterminada que se conviertan en más o
menos numerosos que las alternativas de la misma longitud. Por
otra parte, como Mark Ridley me recuerda, la mayoría de los cruces
intra-cistrón son, en todo caso, indistinguibles en sus efectos de
los cruces inter-cistrón. Obviamente,
si el cistrón en cuestión resulta ser homocigoto, emparejado en la
meiosis con un alelo idéntico, los dos conjuntos de material genético
intercambiados en un cruce serán idénticos, como si el cruce nunca hubiera sucedido. Si
los cistrones afectados son heterocigotos, que difieren en un locus del
nucleótido, cualquier cruce intra-cistrón que ocurra al
'norte' del nucleótido heterocigoto será indistinguible de uno en el
límite 'norte' del cistrón; cualquier cruce intra-cistrón 'sur' del nucleótido heterocigoto será indistinguible de uno en el límite 'sur' del cistrón. Sólo
si los cistrones difieren en dos loci, y el cruce se produce entre
ellos, será identificable como un cruce intra-cistrón. La cuestión general es que no importa dónde ocurren en particular los cruces en relación con los límites del cistrón. Lo que importa es dónde se producen los cruces en relación a los nucleótidos heterocigotos. Si , por ejemplo, una secuencia de seis cistrones adyacentes resulta
ser homocigota a través de toda una población de cría, un cruce en
cualquier lugar dentro de los seis será equivalente exactamente en su
efecto a un cruce en cada extremo de los seis.
La selección natural puede provocar cambios en la frecuencia sólo en los loci de nucleótidos que son heterocigotos en la población. Si
hay grandes trozos intervinientes de secuencias de nucleótidos que no
difieran entre los individuos, estos no pueden estar sujetos a
selección natural, pues no hay nada que elegir entre ellos. La selección natural debe enfocar su atención en los nucleótidos heterocigotos. Son
los cambios a nivel de un solo nucleótido los que son responsables de los
cambios fenotípicos evolutivamente significativos, aunque, por
supuesto, el resto invariable del genoma es absolutamente imprescindible para producir un
fenotipo. ¿Hemos, pues, llegado a un absurdamente reduccionista reductio ad absurdum? ¿Vamos a escribir un libro llamado El Nucleótido Egoísta? ¿la adenina está implicada, en una lucha implacable contra la citosina, por la posesión del locus 30.004?
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