Un susto Lamarckista
Utilizo la palabra 'susto' porque, siendo dolorosamente sincero, en pocas {165} cosas puedo pensar más devastadoras de mi visión del mundo que se demostrara la necesidad de volver a la teoría de la evolución atribuida tradicionalmente a Lamarck. Es una de las pocas contingencias para las que podría ofrecerme a comerme el sombrero. Por tanto, es más importante aún dar una audiencia completa y justa a algunas afirmaciones hechas en nombre de Steele (1979) y Gorczynski y Steele (1980, 1981). Antes de que el libro de Steele (1979) estuviera disponible en Gran Bretaña, The Sunday Times of London (13 de julio 1980) publicó un artículo a toda plana sobre sus ideas y "un experimento sorprendente que parece desafiar el darwinismo y resucitar a Lamarck". La BBC le dio una publicidad similar a los resultados, en al menos en dos programas de televisión y varios programas de radio: como ya hemos visto, los periodistas 'científicos' están constantemente en alerta para cualquier cosa que suene como un desafío a Darwin. Nada menos que un científico como Sir Peter Medawar nos obligó a tomar el trabajo de Steele en serio al hacerlo él mismo. Se le citó siendo adecuadamente cauteloso sobre la necesidad de repetir el trabajo, y concluyendo: 'No tengo ni idea de cuál será el resultado, pero espero que Steele tenga razón' (The Sunday Times).
Naturalmente cualquier científico espera que la verdad, sea la que sea, salga a la luz. Pero un científico también tiene derecho a sus esperanzas más íntimas en cuanto a lo que la verdad llegará a ser -una revolución en la cabeza de uno está destinada a ser una experiencia dolorosa- ¡y confieso que mis propias esperanzas no coincidieron inicialmente con las de sir Peter! Tenía dudas sobre si las suyas coincidían realmente con las que se le atribuían, hasta que me acordé de su observación, para mí siempre ligeramente desconcertante (ver página 22), de que 'La principal debilidad de la teoría moderna de la evolución es la falta de una teoría de la variación completa y funcional, es decir, de la candidatura para la evolución, de la forma en que las variantes genéticas eran ofrecidas para la selección. Por tanto, no tenemos ninguna explicación convincente del progreso evolutivo -de la tendencia por otro lado inexplicable de los organismos en adoptar soluciones cada vez más complicadas a los problemas de permanecer vivos (Medawar 1967). Medawar es uno de los que, más recientemente, han intentado con gran intensidad, y sin embargo han fallado, replicar los hallazgos de Steele (Brent et al. 1981).
Anticipando la conclusión a la que llegaré, ahora veo con ecuanimidad, aunque con disminución de la expectativa (Brent et al. 1981; McLaren et al. 1981), la perspectiva de que se confirme la teoría de Steele, porque ahora me doy cuenta de que, en el más profundo y más amplio sentido, es una teoría darwinista; una variedad de la teoría darwinista por otra parte que, como la teoría de los genes saltarines, es particularmente afín a la tesis de este libro, ya que hace hincapié en la selección a un nivel que no es el del organismo individual. Aunque perdonable, la afirmación de que desafía el darwinismo resulta ser sólo un sensacionalismo periodístico, siempre entendiendo el darwinismo en la forma en que yo creo que debe ser entendido. En cuanto a la teoría de Steele en sí, aunque los hechos no la confirman, nos habrá hecho el valioso servicio de obligarnos a agudizar nuestra percepción del darwinismo. No estoy cualificado para evaluar los detalles técnicos de los experimentos de Steele y los de sus críticos (una buena evaluación la da Howard (1981) {166}, y me concentraré en discutir el impacto de su teoría, si finalmente los hechos llegaran a apoyarla.
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